miércoles, 19 de diciembre de 2007

JUAN EN NAVIDAD de "El libro de Juan"


Porque ella había hablado de Teresa y de lo imprescindible de ese amor, inacabado, incompleto, furtivo. Porque entonces no sabia que algo más terrenal y gozoso podía ser parte de ese amor, como quien se desprende de cáscaras de luto y melancolía, hasta encontrar la almendra dorada, o lo que fue una almendra dorada antes de las vestiduras furiosas, del dolor en el pecho
Porque ella había elegido palabras como cántaros o como el sonido de las hojas secas al ser estrujadas por un puño y entonces la muerte se hizo fuerte y segura, bajaba al jardín, se lamentaba bajo los altos cedros y era difícil, tan difícil, precisar que una mujer secreta y final aún se erguía en el borde del lenguaje, llenaba de semillas las secas palabras de la agonía, como quien resiste, no puede más y resiste.
Porque ella venia de suplicar una zona de sol donde sentarse con su gente, hablar noches enteras y después replegarse en el silencio, el silencio como un castillo azul, como la plenitud de la poesía. Porque tal vez esa mujer estaba recostada en las espaldas de un ángel cuando sintió una mano o el roce áspero de una tela en su piel y de pronto el silencio fue todos los silencios, el pasado se volvió irreflexivo y tumultuoso y ocupó su lugar en el presente y los días que iban a venir eran como una tableta de chocolate entre los dientes, exactitud y dulzura y un lejano regusto amargo, casi imperceptible.
Porque ella había hablado del amor y de la muerte con la misma liviana soltura y soportado su juventud hasta el final, sus Navidades lacias y remotas, con los ojos llenos de cristales de una muchacha que sonreía y la vaciedad del regazo, el punto de fuga de toda consolación. Y entonces no había comprendido o había comprendido y lo había olvidado que existía otra zona en el amor o en la muerte donde sólo algunos elegidos pasan fugazmente, haciéndose plenitud, pájaro de agudo pico. Y había también sentido pena porque ella la había entrevisto al pasar pero no se detuvo. Le dio como una especie de miedo y no se detuvo.
Porque ella había amado en mitad de un pueblo de fragante esplendor, dejándose tocar por todos los amores, soportando el sitio baldado donde todo amor se convierte en un azote, una necesidad de fuga o es recapturado por la muerte y entonces vanamente escribía como el Maestro con un palito en las arenas, Juan escribía, sabiendo que nadie entendería, que todos preguntarían ¿por qué Juan? ¿y nosotros, los que te protegemos y te amamos? Y ella sólo respondía ¡estoy tan cansada!
*
Fue por esa canción que no se escuchaba, esa temeridad de los jazmines del Cabo en diciembre de dolor y de furia que ella cruzó el río cada vez más ancho y terrible y gritó a Juan que estaba rezagado porque tal vez los puentes desaparecerían y entonces ya nadie, nunca, en ningún lugar, hablaría de un nacimiento. Nadie diría: Era como un lejano resplandor ese amor naciente. Hay que ponerse a caminar para alcanzarlo.



Inédito,. diciembre de 2003